“¡Agárrenlo..! Agárrenlo..!” Gritaba la mujer que corría detrás de un hombre en la avenida Nicolás de Ovando, próximo a la Máximo Gómez, lo cual llamó la atención de decenas de personas que, paraguas en manos, salían de la estación Los Taínos del Metro de Santo Domingo, desabordaban autobuses y carros público o caminaban presurosos en todas las direcciones de esa intersección, protegiéndose de la lluvia.
“¡Agárralo Amet!, ¡Agárralo!”, gritaba la mujer a un agente de la Autoridad Metropolitana de Trasporte, que suspendió la dirección del tránsito en la referida vía para atender el reclamo de la dama y detener al corpulento hombre, más de seis pies de estatura, quien por la expresión de su rostro, parecía haber visto al demonio.
La intensa lluvia no fue obstáculo para la multitud, tanto de a pie como de los automovilistas que pararon para averiguar si el perseguido era un ladrón que había despojado a la desesperada mujer de sus pertenencia, sí aquella persecución era fruto de un atraco o de quién sabe qué.
“¡Amet dile que me pague, que me pague mis cuartos...!”, reclamaba la mujer, de unos 24 años, vestida con pantalones jeans apretados que reflejaban las formas de su anatomía y una blusa blanca muy escasa de tela, que permitía ver parte del vientre de la mujer, quien no cesaba de reclamar al individuo una cantidad de dinero adeuda, mientras era sostenido por el agente por uno de sus brazos y por el otro, por la acreedora.
“¡Págame mis cuartos, buen bandido!” Lo repetía y lo sazonaba con palabras enfáticas y nada bonitas. “¡Págame, azaroso..!”
La paciencia del agente que sostenía al deudor se agotaba, así como la de los transeúntes y choferes que con sus paradas habían provocado un caos. Hasta que preguntaron: “¿Y qué es lo que pasa?, ¿este hombre te robó?”
“¡Dime si te atracó para que lo piquemos aquí mismo!”, gritaba la turba que se enfurecía al creer que se trataba de un robo. “¡Vamo a majalo ahora mismito carajo..! Proclamaba la multitud en actitud de aplicar justicia.
“¡No…”, intervino la dama que reclamaba el pago. “ No… lo que pasa es que yo amanecí anoche con este manganzón en un hotelito y acordamos un precio por el servicio…y me dejó el hijo de puta sin pagarme…quiso irse sin que yo me diera cuenta, y cuando lo vi… le caí atrás, y llevo como cinco esquinas juyendo detrás de este sinvergüenza para que me pague mi trabajo”.
Sonaron las carcajadas de la multitud. “¡Págale que te fue bien tiguerazo”. “Págale que la pasaste mejor que yo anoche bandido…eso no se fía…” fueron las expresiones con que la multitud exigió al individuo que pagara el “trabajo de amor” ofrecido por la mujer en una jornada que tomó toda una lluviosa noche.
El fullero frustrado tuvo que honrar su compromiso. Y la calle recuperó su ritmo: bocinas, humo asfixiante, el pito del policía de tránsito y pasajeros que suben y bajan.
El Nacional
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